Le encanta la gastronomía y cree que “comer está infravalorado”. Por eso, cuando está en la obra, describe su día a día como “un buen guiso, que tiene un poquito de todo”. A primera hora, saluda a todo el equipo con su mayor alegría y actúa como un verdadero coach: “Los animo y les convenzo de que lo que está planificado para la jornada no solo es posible, sino que además lo van a lograr”. Después abre los correos y revisa detalles, consciente de que su trabajo consiste en “planificar, ejecutar, revisar y controlar”. En cada obra, convive con varias empresas y oficios.
Su buen humor y su capacidad para adaptarse van en su ADN. Francisco José Díaz Haro, natural de Villaverde del Río (Sevilla), es jefe de obra de Marea. Durante muchos años fue “tabernero titulado en el bar de la familia”. En los últimos años de universidad comenzó a trabajar en Sovena. Su primer puesto fue como operario en una línea junto a una llenadora de botellas de aceite. Poco a poco, le fueron confiando tareas más interesantes, hasta que llegó al departamento de calidad y medio ambiente. “De aquella empresa tengo recuerdos muy bonitos y compañeros con los que aún mantengo el contacto. Recuerdo que todo me parecía enorme, y que todo era la primera vez que lo veía”.
Más tarde, comenzó una nueva etapa en un sector distinto: la gestión de agua. Se mudó a Baleares para trabajar con Acciona. De aquel reto se llevó una valiosa experiencia profesional, grandes compañeros y un jefe con quien mantiene un cariño mutuo.
Un día decidió volver, con la intención de hacer cosas diferentes en su tierra. Fue entonces cuando conoció a Alberto Aragonés Borné, de MAREA, quien le habló de proyección y futuro. Y aquí está hoy Francisco José Díaz Haro: rodeado de un equipo profesional y humano excepcional.
Para este jefe de obra, MAREA va más allá de la tecnología y los nuevos proyectos que desarrollan. “MAREA es el apoyo entre compañeros y la voluntad de estar ahí, con la mano tendida sin que pese ni sea forzado”.
¿Por qué estudió Ingeniería Química?
Por pragmatismo. Cuando leí la interminable lista de ingenierías, opté por esta especialidad porque me gustaba la química y, además, se me da bien… o eso creo. El resultado, al final, fue muy positivo.
¿Recomendaría esta carrera a las nuevas generaciones? ¿Qué consejo les daría?
Bueno, teniendo en cuenta que todavía me afeito cada dos semanas, no sé si me escucharían mucho, ni creo estar en posición de dar consejos. Lo único que me diría a mí mismo unos años atrás es que, al final, todo merece la pena. Que disfruten: tanto de la universidad como de lo que viene después.
Si tuviera que hacer un pitch elevator, ¿cómo definiría a MAREA en cinco palabras?
Espero que el edificio sea alto y el viaje en ascensor me dé tiempo para decir todo lo que pienso. Mis cinco palabras serían: futuro, proyección, tecnología, soluciones y equipo humano.
¿Qué le apasiona de este sector?
La actividad del día a día. La polivalencia del puesto y el trato constante con empresas, cada una buscando su parte y también, la tuya. Como se dice ahora, este sector te da calle.
¿Balance de estos dos años?
Enriquecedores.
¿Un proyecto finalizado del que se sienta satisfecho?
La EDAR de Cala. No sé si es por lo reciente o porque, en ese proyecto, casi todas las monedas me cayeron de canto. Ya está terminada y, ahora que lo veo con distancia, pienso: “Bueno, pues tampoco era para tanto”. Pero cuando estás allí, abres el melón, eres el centro de todo, todos te llaman… Pierdes un poco de perspectiva y todo parece más complicado de lo que realmente es.
Más allá de los conocimientos técnicos, ¿qué habilidades cree que son fundamentales para su día a día laboral?
Creo que es fundamental tener un poco de pericia, estar siempre atento a todo e intentar anticiparse. Tener paciencia es clave. Templarse, mantener la calma cuando todos se aceleran te da una serenidad y perspectiva que otros pierden. Y, sobre todo, ser justo. Ser honesto y justo creo que es imprescindible, tanto en lo laboral como en lo personal.
¿Dónde se ve profesionalmente dentro de 10 años?
La respuesta a esa pregunta es: ¿dónde nos veremos todos dentro de 10 años? Según nos cuentan, la mayoría de los puestos de trabajos que existirán aún no se han inventado. Aún así, me imagino haciendo cosas importantes.
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¿Un libro para este verano?
Pan y circo, de Yeyo Balbás. Aunque hace poco leí un artículo de Arturo Pérez Reverte en XL Semanal sobre la Sevilla que conoció cuando escribió La Piel del Tambor y la que es hoy en día. La verdad es que me apetece releer el libro después de tantos años. Ahora seguro que veré matices del paisaje que antes no percibía. Cuando tenía 19 años, me fijaba más en la historia y en si los personajes se liaban, que en la complejidad de sus personalidades.
¿Una serie o película?
No soy muy cinéfilo, hasta tal punto que mi saga favorita es Misión Imposible.
¿Un lema que le inspire?
Me gusta mucho trabajar en equipo. Cuando llegué escuché una frase que me gustó: “Soy porque somos”. Tener un buen equipo y buenos compañeros en un mundo, donde la locura se ha hecho ley es, hoy en día, un seguro a todo riesgo… sin franquicias.
¿A quién admira?
En el ámbito cercano, a mi madre. Y si hablamos de personalidades, me encantaría conocer a Arturo Pérez Reverte. Charlar con él debe ser como un intensivo en “lucidez” — su palabra favorita.
¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Paciencia.
¿Su escapada pendiente?
Suelo tener al día el “caprichómetro” de escapadas y viajes, pero eso no quita que me encantaría olvidarme del mundo que me rodea, durante al menos, seis meses. Como en el final de las películas romanticonas, con coche, carretera y playa incluidos. A ver qué tal sería. Lo malo, claro, es volver…
